La
incorporación de sustancias a los productos alimenticios, aunque de forma
accidental, posiblemente tenga sus orígenes en el Paleolítico: la exposición de
los alimentos al humo procedente de un fuego favorecía su conservación.
Posteriormente, en el Neolítico, cuando el hombre desarrolla la agricultura y
la ganadería, se ve obligado a manipular los alimentos con el fin de que resulten
más apetecibles o que se conserven mejor. Con el primer objetivo se utilizaron,
entre otros, el azafrán y la cochinilla y con el segundo, se recurrió a la sal
y al vinagre.
El
empleo de estas y otras muchas sustancias era empírico, pero con los avances
experimentados por la química en el siglo XVIII y con las nuevas necesidades de
la industria agroalimentaria del siglo XIX, la búsqueda de compuestos para
añadir a los alimentos se hace sistemática. No es hasta finales de este siglo
cuando en el lenguaje alimentario se incluye el término “aditivo”. Y se hace de
un modo confuso, ya que bajo esta denominación también se agrupaban diversas
sustancias con distintos efectos sobre la salud humana: las especias, los
enriquecedores, los coadyuvantes tecnológicos, las impurezas y los
contaminantes.
Hoy
en día, y según el Codex alimentarius, el concepto de aditivo se refiere a
cualquier sustancia que, independientemente de su valor nutricional, se añade
intencionadamente a un alimento con fines tecnológicos en cantidades
controladas.
En general se utilizan para aumentar la estabilidad o capacidad de
conservación, incrementar la aceptabilidad de alimentos genuinos, pero faltos
de atractivo, permitir la elaboración más económica y en gran escala de
alimentos de composición y calidad constante
en función del tiempo.
Hay
diversos y diferentes aditivos, algunos son colorantes, otros conservadores,
algunos otros son edulcorantes, fermentadores, entre otros más, algunos de los
más consumidos normalmente son:
El Aspartamo
y el acesulfame K que son edulcorantes artificiales, potenciadores del sabor
que endulzan de 150 a 200 veces más que el azúcar. Estudios han demostrado que
su consumo a largo plazo puede ser cancerígeno, el acesulfame K es más nocivo y
este también puede estar unido a la hipoglucemia, tumores pulmonares, el
colesterol alto y la leucemia.
El Benzoato de sodio y el Sulfito potásico son
conservadores que pueden provocar problemas toxológicos, alergias, pueden
producir avitaminosis. Además provocan dolores de cabeza, náuseas, vómitos,
alergia, irritación de los bronquios y asma.
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